Hoy estamos asistiendo a un despertar de la conciencia femenina: “un día sin nosotras” es la cristalización del “ya basta” que las mujeres gritamos protestando contra los feminicidios, los abusos, los acosos y múltiples faltas de respeto contra las niñas y mujeres en México. Llevando la protesta al nivel de la reflexión crítica, como lo hubiera hecho Santa María Eugenia, lo que está en juego aquí es la visión, los paradigmas sobre la mujer. Estos engendran actitudes, que van desde la burla aparentemente inocente e inofensiva, pasando por la descalificación y alcanzando niveles de irrespeto, ofensa, agresión…con desenlaces fatales. Son las consecuencias de una mentalidad patriarcal y machista que parece ser lo más normal, no solo en nuestro tiempo, sino desde épocas muy antiguas. Es también lo que percibió María Eugenia.
Sin embargo, ella es crítica frente al feminismo de Francia en pleno siglo XIX: “Se habla de emancipación de la mujer, se sueña con que se le libere intelectual y moralmente, llenándole la cabeza de absurdas teorías que halagan su vanidad… todos los libros que le recomiendan encuentran su raíz en una instrucción totalmente sensual, egoísta y mundana” . Constata la superficialidad con la que se educa a las niñas y la manera en que se les instrumentaliza en la sociedad… especialmente en la clase social a la que pertenece: la burguesía y la aristocracia de su tiempo … es decir, personas con una cierta posición socioeconómica confortable, con una cierta cultura, y donde sin embargo la mujer es reducida a un objeto de lujo.
“Hasta ahora, la educación de la mujer, tanto en la familia como en los internados, católicos incluso, no ha sido más que la teoría del egoísmo en acción… no se ha entendido que hay que abrir la inteligencia, el corazón, la vida de la mujer, ensanchar los valores en ella… la motivación de esta educación ha sido la vanidad, los éxitos, los elogios, el placer de las recompensas…”
Para obtener estos éxitos y recompensas, era necesario que las chicas aprendieran buenos modales, se arreglaran a la moda, tocaran algún instrumento y supieran complacer a su marido. Aunque sus conversaciones estuvieran completamente huecas. Esto le aseguraría la fortuna, y una buena posición social.
María Eugenia y las hermanas se indignan, protestan ante la vida “completamente inútil y ociosa” a la que se somete a las niñas y a las mujeres de estas clases sociales.
Un poco después de fundadas, expresará en una carta: “La idea que teníamos sobre esta obra era sencilla. Habíamos experimentado que la instrucción que reciben las mujeres era totalmente superficial y sin conexión con su fe…. tenían ideas totalmente falsas sobre su dignidad y sus deberes. Aunque piadosas, eran totalmente ignorantes de la religión, sus verdades, su historia, que es lo que les permitiría comprender el espíritu social-cristiano. Agrego que pocas niñas recibían una educación sobre la seriedad de la vida, la importancia de lo que ésta comporta, de los reveses que pueden sufrir…”
Y durante una conversación dice lo que piensa sobre la educación: “En mi opinión, no es la instrucción lo más importante para una mujer… saber más o menos de una cosa u otra no da la superioridad… es más bien su temple particular, el carácter que se le imprime. …que nuestras alumnas no tengan mucha imaginación no es malo, lo que tenemos que desear es que tengan bastante seriedad en sus pensamientos, que estén firmemente convencidas de ellos. Puede ser que no siempre sean fieles a estos principios, pero más tarde esos principios las conducirán a conclusiones razonables y cristianas en la acción” . Sueña con una educación que ofrezca convicciones, que nutran la inteligencia y templen el corazón, dando sentido a la voluntad y desarrollando el carácter. María Eugenia y las primeras hermanas desarrollarán ampliamente estas ideas en el programa de estudios, las actividades y el acompañamiento personalizado que ofrecerán a cada alumna.
Y expresa su sueño: “Si por la educación llegamos a formar chicas realmente cristianas, luego mujeres cristianas y familias cristianas, ¿no habremos contribuido así al Reino social de Jesucristo?” El Reino es para ellas la expresión de una sociedad donde se vivan los valores del Evangelio: la justicia, la paz, el respeto de cada persona, la solidaridad. Para ello, dice, hay que “cristianizar la inteligencia”, es decir, ofrecer una manera de ver la vida acorde al Evangelio, que sea crítica y propositiva de alternativas frente a todo lo que deshumaniza.
Al fundar la Asunción miran en el horizonte la vocación de la mujer y su importancia para la sociedad: “…desde la cuna, las mujeres tienen una misión poderosa. La primera educación les pertenece a ellas… las primeras palabras de gracia, de fe que ofrecen a sus hijos a través de sus caricias. Es la mujer quien los despierta a la verdad… tiene una doble maternidad: la de la naturaleza y la de la gracia, engendra hijos para la tierra, pero también para el Cielo. … el porvenir de generaciones reposa sobre ella… de manera que, si algo grave le sucediera o si estos deberes sagrados fueran desconocidos o ignorados, un trastorno grave se abatiría sobre la familia y la sociedad…”
María Eugenia vislumbra la especificidad de la vocación femenina: “…la educación de las mujeres… leer, escribir y hablar un idioma con facilidad y sencillamente. Esta facilidad es invaluable, arregla muchas cosas en la vida femenina… facilita la misión que me parece ser la nuestra, la de conciliar las dificultades, ser como algodón entre los cristales para impedir que se rompan” También dirá que, como mujer, se siente más atraída por las consecuencias prácticas de las teorías, más que por las teorías en sí mismas; se orientará más a hacer las cosas bien que a hablar bonito. Deseará que las chicas que salen de nuestras escuelas sean mujeres de acción más que de palabrería .
La educación, es pues, una importante tarea que se realiza en los detalles cotidianos: “…iluminar su espíritu para que su voluntad se dirija al bien, fortalecer su fe, hacer que su inteligencia sea tan cristiana como su corazón, prepararla a todos los deberes que le esperan en el mundo como mujer, sea cual sea el estado de vida al cuál Dios la destina… esto debe ser la finalidad de cada clase que se imparte…”
Extrae sabiduría de consecuencias prácticas de su propia experiencia: “Muchas mamás se aferran a que sus hijas tengan muchas horas de piano cada día, más que a otra cosa. Para desarrollar a sus niñas este gusto, las llevan a conciertos por las tardes, para lucir su arreglo personal y obtener los elogios mentirosos de la moda. Nada más peligroso para empujarlas al error y al peligro en estas edades. Cuando yo atravesé esta etapa, mi mamá me hacía participar en los trabajos de ama de casa, y pasaba parte del día presidiendo la distribución de la ropa, velando por el orden de la casa, etc. Creo que no lo hacía muy bien, pero qué satisfacción me daba la confianza que me brindaba a través de esto, además de descansar la cabeza después del estudio y alejarme así de ensoñaciones propias de la edad. ¿no podríamos proponer este tipo de estrategias a las mamás de nuestro tiempo?”
Podríamos continuar la reflexión con María Eugenia y las primeras hermanas, pensando el fundamento de nuestra protesta hoy. No solo por las agresiones que sufren niñas y mujeres, y que van hasta un desenlace fatal de muchas de ellas, sino por esa mentalidad patriarcal y machista que las genera, y que se ven “normales”. El desafío no solo es sacudir a la sociedad con “un día sin nosotras” sino suscitar un cambio de mentalidad profundo y durable que devuelva a las mujeres su dignidad y su poder.
Ana Sentíes r.a.
Querétaro, febrero 2020