Sta. Marie Eugènie y el Reino de Dios: Consecuencias sociales del Evangelio

Este artículo presenta la manera como María Eugenia aborda las consecuencias sociales del Evangelio a través de la reflexión que hace a lo largo de su vida sobre el Reino. Refleja su forma de comprender el cristianismo, de relacionarse con Jesús y de vivir su vocación, integrando todos los aspectos de su realidad.


El tiempo en el que María Eugenia vivió fue un periodo de fuertes cambios políticos, de desigualdades sociales y explotación, así como de movimientos en contra de la opresión. Fue también una etapa de descubrimientos, momento propicio para el surgimiento de nuevas ideas y formas de relacionarse. Múltiples factores se conjuntaron para hacer posible la confrontación de un orden rígido y gastado, con la novedad que se iba abriendo camino para nacer.


Las desilusiones y las esperanzas del siglo XIX, lo mismo que las derrotas y conquistas, así como las luchas y proyectos que imprimieron un sello particular al contexto de María Eugenia han adquirido expresiones distintas en nuestro mundo de hoy. No obstante, en ambos casos y épocas, la de María Eugenia y la nuestra, tienen el común denominador de ofrecer al ser humano la posibilidad de permanecer en lo establecido, o bien la de aventurarse en la búsqueda de cambios hacia mejores condiciones de vida para todos.


María Eugenia conoce y mira su realidad y se atreve a explorar la novedad. En su experiencia de vida, en la que Dios irrumpe transformando radicalmente su pensamiento y su corazón, el Reino adquiere una importancia tal, que siente haber recibido la voluntad de vencerlo todo para trabajar por él. No puede aceptar un mundo en el que muchos vivan oprimidos a causa de la injusticia de unos cuantos. Imagina una sociedad distinta, “verdaderamente cristiana”, y encuentra en Jesucristo y su Reino el motivo y la fuerza de transformación que la sociedad necesita.


María Eugenia intuye que el Reino que Jesús anuncia manifiesta el amor incondicional y misericordioso de Dios, que actúa en la historia para sanar, perdonar, acoger, compartir y liberar a todos los hombres y mujeres, para que pueda realizarse en cada uno y en todos el Proyecto del Padre.


Comprende que no se trata de proclamar una doctrina, sino de realizarla, que solo desde el Evangelio es posible transformar al ser humano y a la sociedad, y decide jugarse la vida en ello. Así nos lo deja ver su carta al P. Lacordaire, en la que habla del motivo de su obra : “… no me creo en el deber de explicar dónde he fijado mi mirada para obtener el resultado final, pero totalmente es en Jesucristo y en la extensión de su Reino”.


El Reino se convierte en su pasión. Tiene la confianza de que cuando este Reino es acogido activamente por el ser humano llega a ser una corriente de vida tan fuerte, que es capaz de infundir esperanza y fortaleza para imaginar y buscar otros mundos posibles. Su decisión de trabajar por él encuentra la raíz en la certeza de que “la regeneración de la humanidad, su ley social, debe surgir de la palabra de Jesucristo…”.


El pueblo de Israel deseaba ardientemente la venida de un rey que implantara la justicia entre su gente. Según su concepción desde los tiempos más antiguos, la justicia del rey consistía en defender y proteger al que por sí mismo no puede defenderse : a los desvalidos, los débiles y los pobres ; a las viudas y a los huérfanos.


Es por esto que cuando Jesús dice en su predicación que ya ha llegado el Reino de Dios, se entiende que va a haber un cambio, que por fin se va a hacer realidad la situación anhelada por todos los que esperan un mundo diferente, más justo, más fraterno y solidario.


La llegada del Reino representa, desde esta perspectiva, una transformación radical de valores, ya que trastoca totalmente el orden establecido y plantea una forma diferente de mirar la realidad, de interpretarla, de actuar en ella. Frente a un sistema basado en la competitividad, en la lucha del más fuerte contra el más débil, en la dominación de quienes tienen el poder económico y político, Jesús proclama que Dios es padre de todos por igual y que, por lo tanto, todos somos hermanos, e invita a actuar en consecuencia.


El Reino es, pues, la vida tal y como Dios la sueña y la quiere construir, es su proyecto para la humanidad. Si Dios reinara en cada uno de nosotros, si lo dejáramos ser Dios, si actuáramos como él –pensaba María Eugenia–, nadie tendría que sufrir a causa de la opresión, del rechazo, de la exclusión, de la violencia…, sería una sociedad verdaderamente cristiana. Cambiaría la Iglesia, el mundo, nuestra vida.


(…)


Mercedes Escobedo Solórzano,.

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