La comprensión de la realidad es siempre, de principio, un ejercicio de piel; pasa por nuestra sensibilidad. Lo que vemos, lo que oímos, lo que tocamos, los olores y sabores nos educan y afinan nuestro conocimiento.
Y parece que, cuando conocemos las causas de algo, es más fácil que podamos y queramos asumir sus consecuencias, felices o adversas.
Si algo tenemos que agradecer a la guerra de Ukrania es que nos ha mostrado con evidencia una de las causas que impulsan a pueblos enteros a salir de su tierra en busca de seguridad. Ha sido fácil identificarse y, por tanto, aproximarse, y reaccionar con urgencia y con desmesura incluso… La invasión de Rusia a Ukrania nos ha dejado iconos de una solidaridad internacional que casi habíamos olvidado.
Y es que sabíamos de qué huían y por qué, habíamos visto sus ciudades y casas destruidas, habíamos oído las sirenas que ellos y ellas oían… Nuestra sensibilidad se había hecho prójima.
Sin embargo, la imagen que los medios de comunicación nos ofrecen, en general, sobre la movilidad humana, no ahondan nunca (o casi nunca) en sus causas. Se limitan a ofrecer imágenes fronterizas, instantáneas… noticias que se refieren a hechos concretos, a acontecimientos que tienen fechas y números sin rostro y sobre todo sin historia… Gente que cruza y se nos cruza en medio del telediario, cuyas cruces no vemos ni conocemos. Gentes sin origen ni meta. Gentes que mueren en un intento de no sabemos bien qué.
Leo en un periódico gratuito de estos días que en 50 años España ganará 5 millones de habitantes gracias a la inmigración y que son las grandes ciudades las que más “vecinos nuevos” recibirán. Y hago un ejercicio sencillo de mirar… y veo al enfermero boliviano que se desvive en la Unidad de Paliativos, a la médica argentina que dirige el área de Hematología del hospital, a la catequista venezolana de mi parroquia y al párroco congoleño de la parroquia de al lado… Veo al peluquero sirio y al frutero de Bangladesh… al comerciante chino y a la mediadora marroquí… Veo a toda esa gente que estrena metros y autobuses en la madrugada y los encierra en la noche. Sus hijas e hijos estudian juntos en el colegio del barrio, y hablan un perfecto “vallecano”. Llevan aquí 3 meses o 21 años, o nacieron aquí, ¿hasta cuándo son inmigrantes?
Pero también siento el color y el acento de quienes duermen en la calle, de quienes son detenidos “selectivamente” en los pasillos del metro, de quienes recogen alimentos en la puerta del supermercado, de quienes hacen cola en los Servicios Sociales…¿hasta cuándo nos serán extranjeros?
Quizás es hora de cambiar la mirada y el discurso. Las migraciones no son problema, o fenómeno, la movilidad humana es una realidad en el tiempo y en el espacio, en todos los tiempos y espacios.
Las migraciones tienen punto de partida, de tránsito y de destino. Un destino que compartimos y que construimos, día a día, en nuestro cotidiano.
Las migraciones son historias, historia de pueblos, de familias, de gentes, historia nuestra. Historia de Salvación en la que Dios se nos está revelando hoy, y en la que nos toca estar y ver, hacernos presentes y cercanas… seguras de que una Promesa de fecundidad anida en ese encuentro y ese abrazo.
“Con ellos caminamos por caminos de éxodo, de liberación, de alianza”
En medio de este mundo en movimiento, somos llamadas a ser pequeños oasis, estaciones de servicio, GPS y routers, vecinas y amigas, tejedoras de esa hospitalidad que alojó, sin saberlo, ángeles y dioses. Necesitamos seguir viendo para creer.
María José Vallejo Márquez. Hermanita de la Asunción
Comunidad de Vallecas. Madrid (España)