Nuevas fronteras para la misión.
José Miguel Díaz, aa
INTRODUCCIÓN
Todos sabemos que el papa Francisco ha iniciado un camino ambicioso y evangélico, su meta es reformar (renovar) la Iglesia toda para que sea un verdadero signo evangélico de la misericordia de Dios en este mundo. El camino que Francisco nos propone solo puede realizarse con el compromiso de todos, hay que hacerlo juntos en un auténtico “Sínodo”.
Hacer camino juntos siguiendo a Jesús, proponiendo su Reino, comprometiéndonos con sus causas. Escuchando, discerniendo y participando; viviendo nuestra eclesialidad de manera sinodal (la única manera posible).
Todos los miembros de la Iglesia, pero también todos los cristianos y los hombres y mujeres de buena voluntad podremos unirnos, de algún modo, en esta marcha, porque el sínodo que se nos propone no tiene como meta última una Iglesia más fuerte, ni siquiera se pretende “lavarle la cara” después de los escándalos que hemos vivido: “De Dios es la gloria, la vergüenza es nuestra” dijo ya Francisco. Fundamentalmente, lo que buscamos es el “Reino de Dios y su justicia”. Pretendemos que nuestra Iglesia sea un lugar en el que el clamor del pobre y el de la Tierra son escuchados. La comunidad cristiana debe atestiguar los esfuerzos de liberación de las víctimas en nuestro mundo y participar en ellos. Queremos comprometernos con la promoción de la fraternidad universal que romperá definitivamente las fronteras que nos dividen en este mundo.
Sínodo, camino compartido… es claro. Comunión-Participación-Misión. Muy bien, nos queda claro, pero cuál podría ser nuestro rol como miembros de la familia de la Asunción en este proceso sinodal, y más específicamente, cuál podría ser el lugar de nuestro compromiso como promotoras y promotores de JPIC en nuestras congregaciones. Pienso y propongo a ustedes que nuestro lugar en el proceso sinodal es “la frontera”.
FRONTERAS COMO ESPACIO ESPIRITUAL DE ENCUENTRO SOLIDARIO Y COMPROMETIDO
Las fronteras son espacios limítrofes; pueden ser físicas, ideológicas, económicas, sociales o culturales. Están siempre más allá. Podemos cruzar alguna, pero siempre habrá otra más adelante. Las fronteras no son una realidad necesariamente negativa, yo diría que son espacios necesarios para tener una identidad. ¿Cuáles son tus fronteras personales? Podríamos quedarnos toda la mañana tratando de responder a esta pregunta, yo les diría que mis fronteras personales son los otros, las personas a mi alrededor, aquellas que no son yo. Creo que sería más interesante preguntarnos si nuestras fronteras personales son espacios abiertos al encuentro, al diálogo, a la compasión y al enriquecimiento mutuo o si sólo son límites que aseguran mi confort y seguridad.
Las y los consagrados también tenemos fronteras, primero como Congregaciones, como familia de la Asunción y luego como conjunto de religiosas y religiosos. Nuestros votos, nuestro carisma, nuestra misión específica delimitan lo que somos, pone ciertas fronteras frente a nosotros. De nuevo se trata de preguntarnos si estas fronteras que ayudan a expresar quiénes somos, son puentes o muros. Son pretextos para consolar nuestro miedo a desaparecer o a dejar obras emblemáticas de otros tiempos o, por el contrario, son oportunidad para redefinir nuestra manera particular de ser Iglesia, en el encuentro y el diálogo. Creo que ya van imaginando por dónde va esta presentación. Todos estamos llamados a vivir en la frontera, a habitarla para hacer de estos espacios-límite, espacios-comunión.
Dios es el primero que sale de sí mismo y, por amor, toca nuestras puertas habitando nuestra frontera, haciéndola pedazos porque el Cielo se ha abierto y Dios hecho hombre muere en la cruz. La cortina del templo rasgada con el último suspiro de Jesús en la cruz hace de esta tierra un lugar de Dios y del cielo un lugar humano. El amor total que se entrega radicalmente derriba los muros que nos rodean y nos permite superar nuestros límites para ser más que “solo yo”, para ser nosotros, para hacernos próximos (prójimos) del otro. ¿Queremos participar en este movimiento sinodal? Tenemos que empezar por aceptar que Dios ha roto mis fronteras y me da la posibilidad de amar a mi prójimo hasta dar la vida por él.
¿Cuál es nuestra primera tarea en este camino sinodal? Vivir en comunión con el crucificado, que sigue entregando la vida por y con los que sufren. Dar testimonio personal y comunitario de este amor. No tener miedo a perder la vida en la aventura de la solidaridad con el más pequeño, con el que sigue siendo víctima.
FRONTERAS COMO DESAFÍO Y OPORTUNIDAD PROFÉTICA
Cuando hablamos de fronteras, lo primero que se nos viene a la mente son las fronteras entre los países. Antes necesitábamos pasaporte y visa, ahora añadimos “green pass” y prueba PCR. Estas fronteras son espacios que no sólo dividen territorios, sino que dividen también personas. Su función no sólo es proteger a los connacionales, también es rechazar a los que nos son como yo, especialmente a los que pueden ser una molestia o un peligro.
Las fronteras, desgraciadamente, son lugares cerrados en los que se manifiesta el egoísmo y la indiferencia hacia el sufrimiento del otro; allí se manifiesta el mal y el pecado. Estos espacios comprometidos por la indiferencia, el rechazo y el miedo son, por ejemplo, los campos de refugiados, las leyes anti-inmigrante, las tumbas de los muertos en el Mediterráneo o en el desierto de Sonora. Los muros y las patrullas fronterizas, los tratos violentos y vejatorios, la trata de personas.
También hay otras “líneas fronterizas”, dentro de los países hay fronteras regionales en las que encontramos también tratos discriminatorios, violencia y explotación laboral. Del sur, los pobres van a trabajar al norte, del campo pobre y empobrecido por la violencia o el cambio climático los campesinos van a la ciudad. Existen muros fronterizos reales en nuestras ciudades: hay barrios ricos que, con sus guardias, verificación de documentos y altos muros, impiden que la población pobre de muchos de nuestros países se mezcle con las minorías económicamente privilegiadas. También hay muros fronterizos que, aun sin ser físicos, se hacen sentir entre las zonas comerciales y de recreo de “los de arriba y de los de abajo”.
Hay fronteras raciales, tribales y de género… siempre violentas, siempre inhumanas.
Y nosotros, ¿dónde nos encontramos? ¿Dónde están nuestras obras e instituciones? ¿Como religiosas y religiosos, nos atrevemos a habitar estas fronteras? ¿Estamos dispuestos a movernos hacia ellas? ¿Cómo podríamos aprovechar esta oportunidad profética?
El sínodo implica caminar juntos. ¿Caminamos con los pobres? ¿Su vos es nuestra vos? ¿Los escuchamos, nuestro discernimiento en comunidad religiosa es un discernimiento “en o de frontera”?
FRONTERAS COMO DESAFÍO Y OPORTUNIDAD DE MISIÓN
La misión de la Iglesia es nuestra misión. Nuestras congregaciones participan, de una manera particular de la misión de la Iglesia, el carisma de la Asunción es un don de Dios a nuestras fundadoras y fundador, que supieron leer los signos de “sus” tiempos y, fueron capaces de ir a las fronteras de la Iglesia atendiendo la educación o la salud de los más pobres, proponiendo el Evangelio en otras Tierras. Denunciando el mal y lo malo. Desgraciadamente, muchas veces, años y años después de nuestra fundación, perdemos el fuego misionero que nos llevó a auténticos lugares de frontera en nuestros primeros años, nuestras obras e instituciones apostólicas se consolidan y nos volvemos sus defensores dificultando nuestra capacidad de reacción, de acción y de cambio.
La llamada que nos hace la Iglesia a participar en el sínodo, este gran movimiento de escucha, de discernimiento y de compromiso, es una oportunidad real para volver a salir hacia los otros, especialmente los más necesitados. “La Iglesia de hoy siente con fuerza el llamamiento a salir de sí misma e ir a las periferias, tanto geográficas como existenciales.” Esto significa “estar presente en aquellas situaciones en que la gente percibe la ausencia de Dios y tratar de estar cerca de aquellos que, de cualquier modo, o forma, están sufriendo.” (papa Francisco, Discurso al recibir al Capítulo general de los Pasionistas.)
PEQUEÑA CONCLUSIÓN
Reitero la pregunta que hice al inicio de esta reflexión: ¿Cuál es nuestro lugar (como religiosas y religiosos asuncionistas, como secretariado JPIC de la familia de la Asunción) en el camino sinodal que iniciamos? La frontera. La llamada a ir a la frontera siempre es una llamada a realizar “la Iglesia en salida”, “la Iglesia pobre y para los pobres”. Ir a la frontera es salir de lo conocido, es vencer perezas y rutinas, es escuchar y discernir, dejarse cuestionar por lo que se percibe como amenaza, o los temores que nos pueden paralizar, es una invitación a equivocarse y corregir, es un ejercicio de libertad y de coraje, es hacer verdad la Buena Noticia de Jesús.